DÍA

Se va quedando quieto.
Aunque se hagan esfuerzos, se le apliquen todo tipo de terapias y venenos curativos, cada vez está más inmóvil, más pálido, más amarillo y más silencioso.
Ocurre, a veces, que las cosas son inevitables, no es posible detener el transcurso de los hechos y estos se suceden implacables, como horda enfurecida que no sabe detenerse. Inadvertidamente, esto también lo fue. Por más que se intentaron soluciones, sin solución, por más que hasta hubo quienes rezaron para que no sucediera, se fue quedando cada vez más quieto.
En otro momento había sido escurridizo, ágil, incontenible. Había hecho cualquier clase de aspavientos, sonó, por ejemplo, con el zumbido monótono de los motores, o con el gorgeo de los pájaros, hasta con gritos y sirenas, con músicas estridentes y hasta con pasión y algarabía. Fue, bien lo dije, porque ahora está cada vez más silencioso, más estático y pesimista, seguro de que
su fin es ineluctable y cada vez está más cerca.
Tuvo gracia, garbo y prestancia callejera. Tuvo miradas y rencores, caricias y un montón de esperanzas y destinos. Tuvo la boca llena de hambre y de alimentos, el estómago crecientemente poderoso destronó de su gloria pedante al cerebro. Tuvo flaquezas, también tuvo llantos, gracias,
abrazos y emociones. Tuvo sentimientos inexplicables y también los tuvo inexplicados. Tuvo valentía de viajes lejanos y bajezas de mujer despechada. Tuvo esquinas concurridas, semáforos,
bares y alcantarillas. Ahora, se está quedando completamente quieto.
Es que otro día termina.

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